En la Argentina, políticos inescrupulosos e incapaces, permitieron durante años, que se depredara nuestra plataforma marítima. La devastación de nuestra fauna ictícola, uno de los crímenes mayores cometidos durante los años noventa, aún sigue impune. Sus responsables dan conferencias en la Universidad de Oxford o se postulan a presidentes de la República. El crimen ambiental en la Argentina no tiene condena y aún peor todavía, ni siquiera es considerado delito, por una dirigencia que, definitivamente, apuesta a enriquecerse a costa del saqueo de la porción del planeta que ha conquistado a través de la manipulación y del soborno. En la actualidad, las flotas extranjeras continúan depredando libremente los caladeros, y además, se perpetúa el festival de permisos ilegales y de funcionarios que pasan de las empresas al Estado y del Estado a las empresas de pesca, mientras el paradigma extractivo permanece y se consolida, en los marcos de un modelo destinado a sustentar los mercados globales. Sin embargo, sucede algo mucho peor todavía. La estulticia de nuestra política exterior, la ausencia de todo sentido nacional y el desinterés por la causa Malvinas, ha conducido a una situación en que hemos perdido el manejo soberano de los mares australes y enormes zonas de la plataforma marítima han pasado a depender del Reino Unido de la Gran Bretaña, que ha convertido las islas en una fortaleza militar y además de iniciar la explotación petrolera del subsuelo marítimo, emite oficialmente los permisos de pesca a las flotas que depredan nuestros caladeros, ante la mirada impávida de un gobierno que presume defender el interés nacional.
Mientras todo ello ocurre en nuestra patria, los crecientes cambios climáticos en el mundo, y la preocupación extendida por la suerte de la vida humana sobre un Planeta, cuya atmósfera ha superado los niveles permitidos de contaminación con dióxido de carbono, han obligado al grueso de los países a reunirse y debatir, acerca de cómo modificar políticas y tecnologías contaminantes, a la vez que, de cómo adecuarse a los cambios climáticos en proceso. Más allá de que los intereses corporativos y la ceguera de quienes manejan el mundo en el hemisferio norte, no hayan permitido alcanzar acuerdos valederos y vinculantes, es indudable que las repercusiones de la Cumbre Climática en Copenhague y las movilizaciones populares en defensa de la ecología, que allí se dieron cita, provocarán crecientes repercusiones, tanto en los medios cuanto en la conciencia pública de una humanidad hoy cada vez más perturbada por los terribles riesgos a que ha conducido el Capitalismo y una falsa idea de progreso.
Una de las mayores amenazas que enfrenta la humanidad es el hambre. Las cifras que manejan los organismos oficiales de las Naciones Unidas miden los hambrientos en bastante más de mil millones de personas en el mundo y se supone que los cambios climáticos, la desertización de amplios territorios y el vaciamiento de los caladeros internacionales, podrían multiplicar en mucho esa cifra, a corto plazo. En el contexto de esas extendidas preocupaciones, hemos advertido que a pesar de los intereses de las grandes transnacionales que operan la agricultura industrial y las flotas pesqueras, crece en el mundo un respeto creciente por las poblaciones campesinas subsistentes y por los pescadores artesanales o de costas y sus llamativos barquitos amarillos. Se los visualiza como aquellos en quienes reside una esperanza de futuro, una posibilidad de recuperación de la Soberanía Alimentaria, aquellos que en un mundo en plena crisis de los combustibles fósiles podrían volver a retomar un proceso civilizatorio, recogiendo antiguas tradiciones y sin dependencia mayor de los insumos que caracterizan la industria de las cadenas alimentarias. Estas preocupaciones por los campesinos y por los pescadores de costa, ha conducido a un creciente protagonismo de estos sectores, que hoy en el mundo luchan activamente por sus derechos y son reconocidos ampliamente en todos los foros internacionales como factores insoslayables, tanto de la producción como de la preservación de la biodiversidad.
Sorprende y rebela que en la Argentina, mientras tanto, los pescadores de los barquitos amarillos sean en cambio duramente reprimidos cuando manifiestan sus reclamos, tal como acaba de ocurrir en la zona de Bahía Blanca. Sorprende y rebela que su protesta legítima ante la contaminación absolutamente ilegal e injustificada que se hace de sus tradicionales aguas de pesca, haya sido objeto de la más dura represión policial. La intransigencia del Estado frente a ellos, el desinterés por escucharlos y por subsidiarlos ante una contaminación debida a la desidia municipal que no controla efluentes, habla bien a las claras de estupidez, de un pensamiento regresivo, pero también, de la complicidad con las empresas, que son las únicas que podrían beneficiarse de la derrota de los pequeños pescadores. El mundo actual y sus ecosistemas, prisioneros de una vorágine de cambios climáticos y amenazado de colapsos ambientales, carece de márgenes para semejante insensatez política que, en su obstinada ceguera ecológica, hipoteca todo futuro para los argentinos. La defensa de los pescadores de costa, su preservación como sector productivo protagonista de procesos sustentables, no es materia de especulación ni de disciplinamiento social. Los barquitos amarillos aportan a la Soberanía Alimentaria y merecen el mayor de los respaldos y el reconocimiento de todos los argentinos.
GRR Grupo de Reflexión Rural
26 de Diciembre de 2009
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