Por Ulises Bosia. La discusión abierta por los artículos de Mariano Féliz y Claudio Acuña replantea el debate en las fuerzas populares y de la izquierda sobre el carácter del kirchnerismo, su proyecto y sus perspectivas.
En la mitología griega se cuenta la historia de cómo Perseo se enfrenta a Medusa y la vence. Medusa era una figura mitológica terrible: en lugar de pelo tenía en la cabeza un enjambre de víboras y cuando dejaba ver su fatal mirada, que escondía tras una barrera de velos, convertía en piedra a cualquiera que osara mirarla. Perseo, uno de los jóvenes héroes griegos, decidido a enfrentarla, piensa una táctica que le permita cortarle la cabeza sin mirarla. Para eso utiliza un escudo, tan bien lustrado que funcionaba como espejo. Se acerca silenciosamente a la bestia, y aprovechando el reflejo de su figura en el escudo, logra cortarle la cabeza.
El kirchnerismo, fenómeno político central de la primera década del siglo XXI en nuestro país, desde sus inicios fue comparado con el mito de Perseo y Medusa. En efecto, distintas corrientes populares y de izquierda consideran que existe un doble discurso permanente en el partido gobernante, o que el kirchnerismo es un fraude que usurpa la tradición del movimiento nacional y popular, o más recientemente que tras unos años de bonanza económica que le permitían un mayor margen de maniobra, ya habría llegado la hora de mostrar su auténtico rostro ajustador. Después de ocho años de experiencia concluyen que tras una apariencia atractiva y popular se esconde una cabeza repleta de serpientes y una mirada fatal. Como Borges y Victoria Ocampo ante el primer peronismo, esperan que se disipe esto que no puede ser más que una ilusión, una farsa irreal, una mentira monstruosa. Y entonces las cosas volverán a la normalidad: la izquierda por un lado, la derecha por otro, pañuelos de las madres por un lado, militares y policías por otro, sindicatos de un lado, empresarios del otro. No más confusiones, nostalgia de los cómodos años de resistencia al neoliberalismo, cuando todo era más fácil. Olvidan que la realidad ama los mestizajes, que gris es la teoría pero verde el árbol de la vida.
No son nada nuevas en la historia de nuestra izquierda las discusiones sobre la comprensión del fenómeno peronista y las controversias entre las diferentes caracterizaciones. Por su parte, agravando la cosa, con muchos menores complejos las masas populares dictaminan contundentemente muchas menos dudas que las autoproclamadas vanguardias a través del veredicto de las urnas. La misma Cristina Fernández colabora con la tarea y permanentemente explica su programa estratégico: construir un capitalismo en serio, productivo y con inclusión social. Aclara que no es revolucionaria sino peronista, por si hiciera falta, y formula para nuestra patria un destino de integración en el capitalismo del siglo XXI junto a los países hermanos de nuestro continente, que en estos momentos de zozobra internacional pueden deparar un mercado interno continental mucho más grande en función de las necesidades de la burguesía asociada al capital transnacional. Asimismo busca una muy relativa autonomía de los grandes centros del poder occidental y un acercamiento a las potencias asiáticas, de una influencia cualitativa y creciente en el intercambio comercial, mayoritariamente en la exportación de materias primas o escasamente elaboradas.
Ante la recurrencia de semejantes momentos de exposición programática llama la atención la dificultad de las fuerzas populares para tomar nota de estos lineamientos. Pareciera que tras constatarlos es inevitable sucumbir a sus encantos, lo que posiblemente exprese también la debilidad ideológica y programática de proyectos alternativos. Creemos que la presidenta es transparente en sus perspectivas. Es decir que no hay un doble discurso, ni un velo que debe ser vulnerado hasta encontrar su verdadera y monstruosa cara. Para enfrentar al kirchnerismo, conviene mirarlo directamente a los ojos, perder el miedo de encontrarse con su mirada, tirar el escudo de Perseo al piso, sostenerle la mirada franca y afirmar que no hay alternativas dentro del capitalismo. Que es en vano la búsqueda de un capitalismo en serio, porque siempre y en todas sus versiones, transpira sangre y lodo por sus poros, como genialmente lo describía Marx hace un siglo y medio. Que la lucha contra las grandes corporaciones financieras transnacionales es también una lucha contra sus tentáculos productivos y sus socios locales, contra los gobiernos imperialistas que las sirven y contra el capitalismo mismo como sistema que impide lograr una patria justa, libre y soberana y una vida digna para nuestro pueblo.
Hace 50 años, como movimiento político proscripto, el peronismo podía ser “el hecho maldito del país burgués”, en la medida en que la concreción de las expectativas de la clase trabajadora que él representaba hubiera hecho estallar el régimen social y político imperante. Tras la última dictadura, las cosas ya habían cambiado y el peronismo estaba totalmente integrado al nuevo régimen liberal y democrático reinante en nuestro país. No solamente dejó de ser un hecho maldito sino que fue la mejor herramienta del país burgués para profundizar las estructuras de la explotación y la dependencia. Hasta que la rebelión popular del 2001 cambió el curso de los acontecimientos y, ante la imposibilidad de las vanguardias del campo popular de crear una nueva herramienta política en condiciones de conducir el drama nacional, de las mismas entrañas del peronismo surge una lúcida variante renovadora y continuista al mismo tiempo, dirigida por Néstor Kirchner. Es cierto que el kirchnerismo convive con la incomodidad y la reticencia de sectores de las clases dominantes y de buena parte de la pequeño burguesía, pero también ocurre que es la mejor expresión política de un acuerdo que promete mantener y profundizar los consensos del capitalismo argentino. El desarrollo de los agronegocios en el campo, una industria concentrada y extranjerizada, buena parte de la clase trabajadora precarizada, enormes niveles de consumo suntuario irracional, una estructura impositiva que impide la redistribución de la riqueza, niveles de pobreza inaceptablemente altos para un país que crece hace ocho años a tasas chinas. Es por eso que tampoco ahora el kirchnerismo es un hecho maldito para el régimen, al contrario, es más bien una garantía, incómoda, eso sí, porque obliga a sectores de las clases dominantes a aceptar una conducción política que ellos preferirían directamente domesticada, tras los años del neoliberalismo salvaje.
Es cierto, como fundamenta Mariano Féliz, que buena parte de las estructuras económicas argentinas fueron forjadas en los años noventa y que eso cuestiona la oposición tajante entre esta década y la anterior que emana de las usinas intelectuales oficiales. Efectivamente la bonanza del “modelo” no podría ser explicada sin las transformaciones ocurridas en los años 90. Pero eso no significa para nada que debamos perder de vista las diferencias entre el menemismo y el kirchnerismo, muy significativas en cuanto a la gestión del aparato estatal, la política internacional, las alianzas con distintos sectores de la burguesía, la relación con los organismos internacionales, la relación con las masas populares y las organizaciones sociales y de derechos humanos, la política comunicacional, la presencia del Estado en la vida pública o la sanción de demandas sociales de larga data, entre otros terrenos. En la política es esencial la distinción, para evitar derivas sectarias. Ese endemoniado movimiento que es el peronismo sigue estando en el centro de una nación que, ahora con mucha mayor autoestima que diez años atrás, sigue presa de sus irresueltos para afirmarse soberana en un mundo en crisis.
Efectivamente vivimos un momento de oportunidades en nuestro continente. No será el kirchnerismo el que las aproveche para conducir una transformación profunda del país. Por eso es decisiva en este momento la construcción de una alternativa política antiimperialista y socialista que pueda proyectar su voz en un escenario político dominado por variantes capitalistas. Que pueda asociar su proyecto político a los gobiernos de Bolivia, Cuba y Venezuela. Que esté dispuesta a cuestionar los consensos de las clases dominantes. Que vaya hasta el final para resolver las postergadas necesidades de nuestro pueblo. Que frente a las dificultades provenientes de un capitalismo en crisis no lo dude: avance sobre los privilegios de los mismos de siempre y permita acumular poder al pueblo. Si no es posible construirla seguiremos discutiendo las características del kirchnerismo, mientras su dominio proseguirá, o, peor aún, lo sucederá alguna variante más “pro”, que lamentablemente abunda, por ahora agazapada, en la escena nacional.
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