Visto lo que ha pasado en Japón, uno no puede dejar de dolerse y expresar sus condolencias por las penurias y calamidades por las que está atravesando el pueblo de esa Nación.
Primero la furia implacable de las fuerzas naturales, expresadas en un terremoto categoría 9 en la escala de Richter, con sus réplicas de nunca acabar y también las inundaciones sufridas como consecuencia del tsunami.
Miles de vidas perdidas, heridos, desapariciones y destrucciones por doquier, superan cualquier capacidad de asimilación, sin perjuicio de reconocer las aptitudes del pueblo japonés para sobreponerse a sus desgracias.
Como si todo ello no fuera suficiente, hoy se yergue sobre ese país, devastado por fuerzas naturales incontrolables, una espada de Damocles, de difícil pronóstico sobre sus consecuencias futuras, cual es la posibilidad de un cataclismo nuclear.
Muchas veces el hombre, por esa soberbia que nos caracteriza, de amos y dominadores del entorno, jugamos a ser dioses y desatamos fuerzas que no conocemos en su plenitud y que difícilmente podamos controlar en su integridad.
Abrimos cajas de Pandora de donde salen los jinetes del Apocalipsis que ponen en serio riesgo el destino común y que hacen realidad el dicho: “El camino del infierno está poblado de buenas intenciones.
A través de mis años de militancia ambiental y en defensa de la vida, y a riesgo de equivocarme, desde siempre he tenido, cuando menos, reservas o desconfianza hacia el desarrollo atómico, ya sea belicista o para la producción energética.
A través de mis años de militancia ambiental y en defensa de la vida, y a riesgo de equivocarme, desde siempre he tenido, cuando menos, reservas o desconfianza hacia el desarrollo atómico, ya sea belicista o para la producción energética.
La capacidad de aniquilamiento de la vida y el entorno de esta tecnología, sin ser la más destructiva, es bien conocida.
Hiroshima, Nagasaky, Chernobyl y otros ejemplos, son fieles y dolorosos testimonios de la locura, la irracionalidad y la ambición humana.
Estoy convencido que la matriz y la tecnología nuclear son peligrosas en toda su génesis y desarrollo, desde la cuna a la tumba, los riesgos comienzan con la extracción de los minerales radiactivos del seno de la tierra, agravado por su traslado, procesamiento y uso, ya sea en la generación nucleoeléctrica o en armas de destrucción masiva.
Sin contar los residuos, que mantienen en algunos casos, su nivel de contingencia por años, décadas, siglos o milenios.
Todas las etapas del mencionado proceso, entrañan una cuota de inseguridad o amenaza, lo que se agrava por los errores e impericias humanas, pero también por la interacción de fenómenos impredecibles e imprevisibles, como lo ocurrido en Japón.
Parece que algunos no pueden, por egoísmo, ambición, lucro o lo que fuera, dejar de jugar con cosas que no tienen reparación o repuestos.
Cuando el ciclo vital de las personas o de la naturaleza se interrumpe por la violencia de estas prácticas, la posibilidad de remediación es escasa o nula y las secuelas se sienten por años y las sufren los sectores más débiles de la población o los que menos defensas tienen a su alcance.
Mientras escribo estas Aguafuertes, tengo en mis manos un libro, cuyo título, no sé, si entraña una paradoja o es un exceso de cinismo.
El título de esta apología total de la tecnología atómica, es: “ENERGÍA NUCLEAR: EL FUTURO DE LA ECOLOGÍA”, y me lo obsequió un dirigente gremial de la asociación de técnicos y profesionales de la CNEA, con quién mantengo una fraternal disputa en torno a este tema.
En la portada del mismo, se encuentra en campo abierto, un pintor con su caballete y su paleta de colores, pintando una naturaleza viva o muerta, según como se mire.
El motivo del cuadro es una central nuclear, que el artista reproduce, casi como una maceta de flores, queriendo significar una alegoría en consonancia con el título de la obra.
En su dedicatoria dice: “Este libro es dedicado a los ecologistas auténticos”, de lo cual debo inferir, que todos aquellos que tenemos una visión crítica de lo nuclear, somos ecologistas truchos, casi trogloditas que nos oponemos al progreso y al desarrollo.
Todo se justifica en nombre del siempre bien ponderado progreso, aunque el mismo sea susceptible de arrasar la vida.
La contratapa de la obra, dice: “La energía nuclear deber ser ponderada como una energía limpia, absolutamente necesaria para la protección de nuestro medio ambiente, por que es la única forma de energía que puede hacer posible el desarrollo de los países pobres, respetando el medio ambiente, reduciendo la polución y el problema del calentamiento global”.
Entre sus páginas, también podemos leer las siguientes perlitas: “Los riesgos de la energía nuclear civil o militar casi siempre han sido exagerados en la imaginación del público, incluyendo a los periodistas”…”el riesgo real para el público es probablemente considerablemente menor de lo que usted teme”. “Un severo accidente en una central nuclear bien construida, por más improbable que pueda ser, tendría muy limitadas consecuencias”.
Hiroshima o Chernobyl son producto de la imaginación febril de la gente y de los periodistas malintencionados.
Cómo era ese dicho, “a seguro se lo llevaron preso”?
Cómo era ese dicho, “a seguro se lo llevaron preso”?
Después del nivel de confianza ingenua o interesada, demostrada por el autor, decir que la radioactividad puede generar cáncer, alteraciones genéticas, mutaciones y afecciones de todo tipo, casi como que está de más o es una irreverencia.
Es mi mente calenturienta la que me hace ver espejismos de destrucción, contaminaciones intolerables, ambientes arrasados, ecosistemas destruidos y desolación por doquier.
Para que no se quede con las ganas, le digo quién es autor del libro y una breve reseña de sus antecedentes, por si algún día tiene algo para reclamarle: Bruno Comby, ecologista pionero y mundialmente famoso, nació en 1960 y diplomado con el alto grado de Ingeniería Nuclear de la Universidad Nacional de Tecnología Avanzada de París. Es el fundador y presidente de la Asociación Internacional de Ambientalistas Por la Energía Nuclear, que tiene simpatizantes en 60 países.
Como diría mi abuelo, “hay ecologistas para todo”.
Ojalá que con el correr de los años, Bruno Comby, haya estado acertado en sus pronósticos y diagnósticos, por que eso nos indicará que seguimos estando vivos.
Por lo pronto, la suspensión de los planes nucleares en China, Suiza y Alemania, es cuando menos, un prudente paso adelante en torno a la peligrosidad de esta tecnología.
No quiero dejar pasar la oportunidad, para aclararle, a los que dicen que sin nuevas centrales nucleares el mundo entrará en una crisis energética, que ello es una falacia absoluta. Lo que está en crisis no es la energía, sino el modelo de despilfarro energético y de consumo irracional, para el cual, no hay energía que alcance.
Por último me despido de estas aguafuertes y los dejo para que lo piensen.
Ricardo Luis Mascheroni
Docente e investigador universitario
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