La agricultura industrial que se extiende por Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay con sus secuelas de destrucción ambiental y envenenamiento masivo de los pobladores rurales, es absolutamente no sustentable. Mas aún, se avizora el final de este modelo productivo en un escenario acotado de tiempo.
El fin del modelo de los agronegocios implementados a costa de la calidad del territorio y de la salud de las personas más vulnerables, puede darse por una variada gama de circunstancias tanto internas (crisis biológicas, sociales o cambio en las políticas) como externas (crisis de los mercados de commodities, retracción de la demanda internacional, convulsiones políticas). Cualquiera de estas circunstancias quizás devenga muy rápidamente y hasta en forma sorpresiva, por lo que los países productores deberían estar prevenidos.
Una pregunta clave: ¿cuál sería la capacidad productiva del Ambiente para entonces? y ¿cuánto tiempo demandaría la reparación de los suelos, las aguas, los montes y los bosques y el repoblamiento de la fauna y las personas? – José Luis D’ Amato (ex Redactor en Jefe de Mutantia) se interroga al respecto en la siguiente nota:
Argentina, ¿Vietnam?
¿Cuánto tiempo y energía podría llevar establecer nuevamente los equilibrios ecológicos que fueron destruidos en el planeta? Las estimaciones varían mucho, tanto como varían los pronósticos acerca de las amenazas que nos esperan. Algunos suponen que puede llevar 1000 años y un costo varias veces superior al Producto Bruto Interno de todas las naciones durante toda la historia (Douglas Tompkins).
Otros, basándose en otra data y principalmente en los llamativos progresos de Vietnam durante 30 años de recuperación, hacen estimaciones más optimistas: acaso 400 o 500 años si gran parte de la población se dedica full-time.
Una cosa es restaurar un ecosistema y otra bien distinta es resucitarlo. La Floresta de Ma Da y las selvas del Delta del Mekong, en Vietnam, debieron ser resucitadas. Hubo que importar plantas exóticas que se atrevieran con las aguas contaminadas y los suelos yermos donde nada vivía en 1975, año en que se retiró definitivamente la segunda potencia perdedora. Hoy día esas primeras plantas recolonizadoras han transformado las condiciones edafológicas hasta el punto de permitir la presencia de unas pocas especies antes autóctonas.
Dice un proverbio vietnamita: "Los pájaros solamente se quedan en las tierras buenas". Aún no se ven faisanes ni otras aves ni ha vuelto la jungla tropical que antes cubría las laderas montañosas; la misma jungla que invitaba a recorrer kilómetros y kilómetros entre alfombras húmedas y bajo techos biológicos. Todavía hay manchones que recuerdan, con su polvo gris de muerte, el abrumador escenario dejado por los biocidas experimentados por el imperio idem: napalm, agente naranja, diversos defoliantes sistémicos. Pero tímidamente, sigilosamente, los invertebrados vuelven a medrar y, con la monotonía profunda de las funciones vitales, la microfauna del suelo retorna alrededor de las matas arbustivas.
En poco tiempo, ya en nuestro continente, sin duda necesitaremos aprender a manejar los campos contaminados y desérticos que dejarán las talas, las quemas y el paso del glifosato y los barbechos químicos de Monsanto y Cía. Especialmente necesitaremos aprender la paciencia oriental de aquellos maestros. Antes deberíamos convencernos definitivamente que esto es una guerra -no importa lo que nosotros pensemos, sino los criterios con que los otros actúan.
Los vietnamitas ya demostraron que los imperios no son invencibles. Y ahora están mostrándonos que cuando el hombre deja de estar agachado y se eleva con hostinato rigore, si no es débil ni timorato, la Tierra lo seguirá necesitando.
José Luis D' Amato
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