Kircher, lobbista de las multinacionales petroleras.
Lo dijo Verbitsky.
María Antonieta
A
seis semanas de las elecciones internas para elegir al candidato
presidencial justicialista es imposible saber si se realizarán y con qué
método. La vida partidaria se reduce a un torneo de triquiñuelas y
trapisondas, con un pasmoso desprecio por la legalidad. En eso consiste
la muerte lenta de la democracia, riesgo contra el que advirtió hace dos
años Guillermo O’Donnell. Un lobbysta de las multinacionales petroleras
personifica al “sector productivista”, el mismo que en el último año
consumó una gigantesca transferencia de ingresos de quienes menos tienen
a quienes más tienen. Agotado el modelo delegativo de las últimas
décadas, el desafío es la construcción de una democracia participativa.
Por Horacio Verbitsky
El
gobierno provisorio del Senador Eduardo Duhalde, que en apenas un año
de gestión llevó los índices de desempleo y de pobreza a niveles sin
precedentes en la historia argentina, al mismo tiempo que subsidiaba a
bancos y grandes empresas endeudadas con esos bancos, está demoliendo
también lo que queda de las instituciones republicanas. Uno de cada dos
argentinos vive por debajo de la línea de pobreza, uno de cada tres no
alcanza ni siquiera la de indigencia, uno de cada cuatro en edad y
voluntad de trabajar no consigue empleo y por primera vez desde que
concluyó la dictadura militar el proceso electoral para la designación
de autoridades públicas nacionales no es una certidumbre sino apenas una
conjetura. A eso se refería Guillermo O’Donnell hace dos años, cuando
advirtió sobre la muerte lenta de la democracia.
El
único pobre límite a la manipulación de normas y procedimientos parece
provenir de los organismos internacionales de crédito, que no muestran
la misma pasión que los gobernantes argentinos por el torneo de
trapisondas y triquiñuelas que desde hace una década enfrenta a quienes
integraron la fórmula presidencial justicialista en 1989, aunque es
obvio que las prioridades de esos entes no coinciden con las de la
sociedad argentina. Sólo lo que Duhalde llamó “un papelón internacional”
lo obliga a mantener al menos la fecha de los comicios generales, el 27
de abril. El bochorno nacional no le produce el mismo escozor. Más
llamativo es el acostumbramiento o la resignación con que una porción
significativa de la sociedad asiste a semejante aniquilamiento de las
reglas básicas de convivencia, actitud en absoluto incompatible con las
consignas maximalistas que operan como una estruendosa cortina de
distracción y despejan el terreno para las evoluciones de los pícaros.
La
lucha sin cuartel ni reglas a la que Carlos Menem y Duhalde se entregan
con vértigo comenzó poco después de la primera victoria de ambos sobre
los candidatos radicales, hace catorce años. Menem introdujo en la
política constitucional argentina un ansia de poder absoluto más propia
de los golpismos militares. Para satisfacerla se propuso controlar todos
los poderes del Estado, que quedaron en manos de tres riojanos cuyo
linaje se remontaba a la aldea siria de Yabrud: el mismo Menem, su
Hermano Eduardo y su socio Julio Nazareno. Para lograrlo tuvo que
desplazar de la vicepresidencia a Duhalde. Así comenzó la degradación
institucional que hoy se distingue por la fosforescencia de la
putrefacción. El argumento para persuadirlo fue que un caudillo de su
estatura debía manejar instrumentos más imponentes que el timbre del
Senado. También que era preciso asegurar la victoria justicialista en la
provincia de Buenos Aires, donde el PJ no tenía candidato.
Menem
convenció al dubitativo Duhalde con razones de peso: desde la
gobernación bonaerense contaría con todo el apoyo del gobierno nacional y
al terminar su mandato estaría en inmejorables condiciones de postular
su candidatura presidencial. Para eso necesitaría recursos. El
gobernador misionero Ramón Puerta recuerda una reunión en el Salón de
los Escudos donde el ministro del Interior, José Manzano, asesorado por
su ex jefe en Guardia de Hierro, Juan Carlos Mazzón, explicó a los
mandatarios provinciales que debían sacrificar parte de sus ingresos
porque en el conurbano bonaerense, que ya había sido escenario de
saqueos, se decidía la suerte del gobierno. Una parte de la recaudación
del Impuesto a las Ganancias garantizaría la gobernabilidad bonaerense
en beneficio de todos. Así nació el Fondo del Conurbano, que Duhalde
administró sin controles por medio de incondicionales, como su ex
ministro de Obras Públicas, Hugo Toledo. (Las consecuencias de su
actuación se sienten hasta la fecha. La situación judicial de Toledo
impidió designarlo para ocupar el mismo cargo en el gabinete nacional.
Duhalde dejó el ministerio vacante y designó a Toledo asesor, cargo sin
responsabilidad formal desde cuyas sombras maneja todos los negocios de
la cartera, con gran sobresalto del ministro de Economía, Roberto
Lavagna, quien es el que firma).
Pero
en noviembre de 1993 Menem celebró con Raúl Alfonsín el pacto que le
permitió reformar la Constitución y presentarse como el candidato
justicialista en 1995. Duhalde recién se enteró al llegar a Olivos
convencido de que lo invitaban a jugar al tenis. Menem le reiteró su
apoyo como sucesor, aunque el horizonte se hubiera corrido cuatro años.
Esta vez Duhalde no le creyó. También él convocó a una Convención
Reformadora provincial, pero no consiguió el número de delegados
necesario. Para colmo, el presidente del MODIN, Aldo Rico, instruyó a
sus convencionales en términos castrenses: “Al que se venda para votar
la reelección lo fusilo”. Para evitar tan desagradable extremo eligió
sacrificarse él, por 12 millones de dólares según testimonio de sus
colaboradores, el ex ministro de la dictadura Guillermo Fernández Gill y
el culata Carlos Castillo, un gringo rubio al que llaman El Indio.
Reelectos Menem y Duhalde cada uno en su jurisdicción, las hostilidades
continuaron ya sin disimulo. Algunos episodios se recuerdan por
apellidos que llegaron a simbolizar los horrores de una sociedad donde
las cosas importantes ocurren detrás de la escena y en la que las
instituciones son una fachada de utilería, como el hombre de negocios
dudosos Yabrán y el asesinado fotógrafo Cabezas. Duhalde se dio el gusto
de competir por la presidencia en 1999. Su campaña no se concentró en
atacar a la Alianza opositora, sino a Menem quien, a su vez, hizo todo
lo posible para que Duhalde fuera batido. La pugna entre sectores
económicos devaluacionistas y dolarizadores se apoderó del justicialismo
y se proyectó luego a la escena nacional durante el gobierno de
Fernando de la Rúa. El 20 de diciembre de 2001, mientras el senador
Eduardo Menem participaba en una reunión de gabinete nacional tendiente a
sostener a esa administración que a su vez se había atado al mástil de
la convertibilidad, el pacto bonaerense entre Duhalde y Alfonsín pugnaba
por sacudirse de ambas. Luego de una semana de confusión aprovechada
por el inesperado Rodríguez Saá, Duhalde se sentó dónde le apetecía.
Menem, Duhalde, Mazzón, Manzano, Puerta, Rico siguen siendo protagonistas en los episodios más recientes de la saga, a
la que se han sumado algunos pocos nuevos, como el gobernador de Santa
Cruz Néstor Kirchner, enrolado en lo que con involuntario humor se
autodenomina “sector productivista”.
Insistente como un moscardón, el Senador Duhalde trata de adosarle la
candidatura a vicepresidente del actual gobernador bonaerense, Felipe
Solá, quien se resiste con denuedo a dejar su sillón, codiciado por la
primera dama provisional.
Algunos
partidarios de Kirchner evocan que fue perejil de la Juventud
Peronista, como si los alineamientos de treinta años atrás pudieran
decir algo significativo sobre el presente. Prefieren no recordar el rol
decisivo que tuvo en la década pasada para asegurar la privatización de
YPF, cuando fletó el avión de la gobernación santacruceña para asegurar
que uno de sus diputados, que por un accidente tenía una pierna
enyesada, llegara a tiempo a la sesión decisiva. Con las regalías
atrasadas percibidas efectuó colocaciones financieras en el exterior, lo
cual prueba que no se quedó en el 70. Sus simpatizantes tampoco
mencionan el lobby sobre el gobierno nacional que Kirchner encabezó hace
un año. Secundado por los gobernadores de Neuquén, Jorge Sobisch; de
Mendoza, Roberto Iglesias, y de Chubut, José Luis Lizurume, fue el
vocero de Repsol contra las retenciones a las exportaciones de
hidrocarburos decididas en aplicación de la ley de emergencia económica.
Ni siquiera los gobiernos liberales de México y Chile enajenaron la
renta minera en forma tan irresponsable.
Aun bajo la conducción de Carlos Salinas de Gortari o Augusto Pinochet
retuvieron la propiedad de sus yacimientos de petróleo y cobre. Las
consecuencias para la Argentina se padecen ahora y se agravarán si
comienzan las hostilidades en Irak y el precio del barril se remonta por
encima de los 35 dólares, como es probable. Exportador neto de petróleo
y derivados, la Argentina padece las oscilaciones del precio
internacional igual que los países importadores.
En
junio del año pasado se sancionó la ley que disponía que todos los
partidos políticos designaran a sus candidatos presidenciales mediante
elecciones simultáneas y abiertas al voto de los ciudadanos
independientes. Así se intentaba satisfacer uno de los más persistentes
reclamos al sistema político. Pero en cuanto el Poder Ejecutivo promulgó
la ley, sus propios operadores la torpedearon y en octubre la jueza
María Servini la declaró inconstitucional: cada partido era libre de
decidir el momento y el modo de su realización. En noviembre la Cámara
Electoral repuso la ley. Entonces la entente política
justicialista-radical acordó suspender su vigencia “por única vez”. El
radicalismo votó en diciembre para escoger su candidato y no es
imposible que antes de las elecciones generales se sepa quién es. El
Congreso Justicialista fijó las suyas para el 23 de febrero, pero
todavía no está claro si las hará y en ese caso con qué sistema. Es lo
que están tratando de averiguar el fiscal electoral Jorge Di Lello y el
juez a cargo del juzgado de Servini, nada menos que Norberto Oyharbide,
en cuyas manos se ha depositado la legalidad electoral.
Uno
de los artículos de la ley prohíbe la propaganda electoral salvo en el
mes previo a los comicios, lo cual no impidió que al menos dos de los
precandidatos justicialistas saturaran los espacios de televisión. José
De la Sota, con avisos tan de plástico como su cabello, elaborados por
una agencia de publicidad; Kirchner, mediante la transmisión paga de sus actos proselitistas.
Esta semana una sociedad tan conflictuada como la israelí mostró qué
significa el respeto por la ley: un juez electoral ordenó cortar la
emisión televisiva de una conferencia de prensa del primer ministro
Ariel Sharon. En el mismo estilo del ex ministro argentino Domingo
Cavallo, Sharon negaba a grito pelado haber incurrido en un acto de
corrupción, cuando el Oyharbide hebreo ordenó sacarlo del aire porque
entendió que su arenga violaba una ley similar a la argentina. Por otra
parte, la mera denuncia periodística de que Sharon recibió un préstamo
indebido por un millón y medio de dólares para el pago de sus gastos
electorales bastó para que cayera en forma vertical en las preferencias
de voto. Este escrupuloso respeto por la honestidad personal y la ley no
se extiende a la población palestina, sometida a actos cotidianos de
exclusión y barbarie. Pero esta es otra cuestión que, por suerte, no se
compara con ninguno de los problemas de la democracia argentina.
El
Senador Duhalde no consigue superar el terror nocturno que desde su
infancia en la política nacional le infunde Menem. “Voy a terminar con
ese fantasma”, dice Kirchner, en una precisa interpretación del
fenómeno. “Si hay internas las gana Menem. Es el único que tiene plata y
con la miseria que hay nos compra los punteros por dos pesos”, coincide
uno de los más próximos colaboradores de Adolfo Rodríguez Saá, el
cuarto precandidato justicialista. La hipótesis que todos ellos manejan
es que Menem no podría obtener el mismo resultado en una elección
nacional, donde los controles serían más estrictos y en la que se
concretaría el repudio al ex presidente que todas las encuestas
reflejan. Por eso han llegado a contemplar con tanta seriedad la sanción
de una ley de lemas, pese a su irremediable inconstitucionalidad.
El
problema para Duhalde es que en la lista de los candidatos a los que
“Nunca Votaría”, después de Menem sigue él. Todos sus intentos de
diferenciación no le han bastado para romper la asociación entre ambos.
Por eso una de sus obsesiones es encontrar un candidato vicario, mítica
fantasía peronista. Si estas especulaciones del ex intendente de Lomas
de Zamora fueran fieles a la realidad, su egoísmo sería el principal
obstáculo para la renovación política cuya necesidad todos proclaman y
pocos practican. Menem quizás podría ganar la interna, cosa que dista de
ser segura, pero caería derrotado en la elección general. Dados los
bajos índices de entusiasmo por las diversas candidaturas, que hasta
ahora no superan el 15 por ciento de las voluntades, es posible imaginar
una segunda vuelta en la que se celebraran los acuerdos que la reforma
constitucional de 1994 propició y se potenciara el componente
parlamentarista del híbrido sistema vigente. El perro del hortelano no
puede soportarlo.
En
2002 se alcanzó un nuevo grado de descomposición respecto de lo que se
venía viviendo. Hace diez años el más apreciado politólogo argentino
cuestionaba a “la democracia delegativa” y advertía sobre los riesgos
que la acechaban. Guillermo O’Donnell anunció que “las democracias
delegativas, los Estados esquizofrénicos, la responsabilidad horizontal
débil, las áreas marrones y la ciudadanía de baja intensidad son parte
del futuro previsible de muchas nuevas democracias”. Por “zonas
marrones” entendía aquellas donde falta la dimensión pública, legítima,
del poder, “sin la cual desaparece el Estado-nación y el orden que éste
sustenta”. La jubilosa celebración del advenimiento de la democracia
“tiene que complementarse con un sobrio reconocimiento de las inmensas
dificultades que entraña necesariamente su institucionalización y su
arraigo en la sociedad. (...) A largo plazo, las nuevas democracias
pueden dividirse entre las que siguen el rumbo afortunado y aquellas que
retroceden a un autoritarismo extremo”. El autor de “El Estado
Burocrático Autoritario” dijo que esto se corresponde con “varias formas
de discriminación y de pobreza extendida, así como su contraparte, la
disparidad extrema en la distribución de los recursos, no sólo
económicos”. Se respetan los derechos democráticos, pero se viola en
forma sistemática el componente liberal de la democracia: “Uno puede
votar libremente y confiar en que ese voto se escrutará limpiamente,
pero no puede esperarse un trato justo de la policía o de la
administración de Justicia”. Las afirmaciones iniciales tienen hoy más
vigencia que entonces, pero la última se ha vuelto dudosa. Votar
libremente y confiar en la limpieza del escrutinio no son ya supuestos
indiscutibles.
Hace
poco más de dos años, en un reportaje publicado aquí, O’Donnell
advirtió sobre lo que llamó “la muerte lenta de la democracia”, que
describió como “una casa carcomida por las termitas”. Pocos días después
de la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez, O’Donnell señaló el
conformismo, “tanto en quienes están satisfechos con esta democracia
truncada como en sus críticos, como si dieran por sentado que al menos
seguiremos teniendo esta pobre democracia. Esta es una estupidez digna
de María Antonieta, e ignora que no hay punto de equilibrio para esto
que tenemos”. Esa muerte lenta “es un proceso largo en el que se produce
una creciente corrosión, frente a la que nadie hace nada porque no hay
episodios muy espectaculares. Pero en tres o diez años uno se despierta y
se da cuenta de que esa democracia se acabó, que las libertades
políticas básicas de la democracia política han sido abolidas de hecho,
no necesariamente de derecho. Empiezan a pasar cosas que son casi
moleculares, el sistema legal funciona sesgadamente, los jueces miran
para un solo lado, se condona la violencia sobre gente que no merece
consideración, ya sea Rosa Luxemburgo o algún villero. Los actores
políticos y los liderazgos sociales miran para otro lado, como si fuera
algo que no les atañe. Algunas asociaciones son perseguidas y
reprimidas, la libertad de prensa padece un sistema de censura de hecho,
se piensa que las próximas elecciones van a ser fraudulentas”.
Entre
los síntomas preocupantes, mencionó “la distancia creciente de los
actores políticos respecto de la ciudadanía, que responde con cinismo,
alienación y enojo, porque siente que lo que pasa en la política nada
tiene que ver con sus anhelos y sus pesares. Y por parte de la clase
política, un juego de perros que se muerden la cola, cerrados en la
coyuntura, con cada vez mayor incapacidad para mirar a la sociedad y
atenderla. Cuando hay situaciones muy problemáticas, gravísimos
conflictos sociales, económicos y políticos, casi todo el mundo se
encierra en una visión de corto plazo, focalizada en los detalles, y
deja de mirar hacia afuera, al largo plazo, hacia adelante y hacia atrás
y de ver experiencias similares en otros lados y épocas que pueden
ayudar a entender algunos aspectos de esta crisis”. Entre esas
experiencias, mencionó la República de Weimar, que precedió en Alemania
el ascenso del nazismo; la Italia de 1890 a 1920, anterior al triunfo
del fascismo. “Una sintomatología típica aprendida de la historia puede
ser la llegada a un punto en el cual la ciudadanía no cree en nada ni en
nadie, donde siente que lo que pasa en la política le es ajeno y
frecuentemente hostil, pero ya no tiene nada que decir, se interrumpió
el vínculo, no hay a quien hablarle, no vale la pena hablar porque no va
a ser escuchada”, agregó.
La
expansión de las zonas marrones, que cubren porciones crecientes del
territorio nacional, la profundización de las desigualdades sociales, el
desdén generalizado por la ley sugieren que las termitas ya no tienen
mucho trabajo por hacer. Carcomida la casa hasta los cimientos, el
desafío reside en reconstruirla de otro modo, con otros valores y
objetivos, participando en vez de delegar, sin disociar lo social de lo
político ni renunciar a la democracia en nombre de algún postulado
ideológico. Sólo la fresca iniciativa popular que desborde a los
aparatos que intentan verticalizarla podrá romper el círculo vicioso
entre la despolitización y el estallido.
ENVIADO POR JUAN DEL SUR
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