Por Rodolfo Braceli (rbraceli@arnet.com.ar)
Por eso respondo sobre el uso, insólito, que se hizo de unas líneas de la columna que publiqué en este diario, el 26 de noviembre pasado, en un artículo firmado por Eddy Lavandaio en Los Andes, el 2 de enero.
Mi columna planteaba mi posición desde el título: “Minería: ojo (abierto) al piojo”. Rápido lo digo: yo estoy a favor de la Ley de Glaciares y en contra de la explotación minera a cielo abierto. Pero de pronto, avisado por numerosos lectores, me encuentro con el artículo titulado “Minería y protección de glaciares” publicado en Los Andes.
Lo que afirma su autor, el señor Eddy Lavandaio, vicepresidente de la Asociación Geológica de Mendoza, corre por su cuenta. No vengo a discutir su posición, vengo a dejar bien en claro que su posición, en lo esencial, no tiene nada que ver con la mía. El señor Lavandaio, entre otras cosas dice que: “En general, ninguno de los senadores que votaron el texto (de la Ley de Glaciares) sancionado tuvo la sinceridad de reconocer que estaban votando una ley antiminera”.
Si yo hubiera sido senador, señor Lavandaio, hubiese votado esa ley. Y no pertenezco a lo que usted llama “internacional ecologista”. Lo que me extraña es que, después de elogiarme como “intelectual” y “hombre de letras”, haya usado esas líneas de mi artículo como coincidentes con su posición.
El señor Lavandaio escribió: “Afortunadamente, en nuestro país hay intelectuales dispuestos a decir la verdad. Un famoso periodista y hombre de letras, Rodolfo Bracelli, se encargó de decir realmente cómo son las cosas. Con esa claridad que caracteriza a los hombres de letras, Bracelli dijo: “Costó un h... y el otro también. Que no se nos traspapele esa Ley de Glaciares que impone límites a la irreparable explotación minera. Ha sido muy larga la pulseada y continúa”.
Al señor Lavandaio le digo: ni en el contexto de mi nota ni en el fuera de contexto que usa, yo he escrito directa o indirectamente lo que propone. Cuando yo digo “la irreparable explotación minera”, me refiero exactamente a la “irreparable explotación minera”, a la que se venía perpetrando con alevosa impunidad. Ya sé que, por otro lado, somos mal entretenidos para que no veamos –Dios de la Soja mediante– los desaforados “negocios de la llanura” que consuman las empresas extranjeras que envenenan nuestros suelos. Pero eso que se hace en nuestra llanura no justifica, para nada, la explotación minera a cielo abierto.
El señor Lavandaio leyó muy ligerito mi artículo. Tan ligerito que insiste en escribir mi apellido con dos eles. Braceli es con una sola. Con una ele está bien, gracias. Para desmontar tan inaudita facilidad para la confusión, agrego reflexiones que debieran ser obvias, pero que, por lo visto, no lo son: una cosa es la extracción minera y otra cosa es la violación minera. Una cosa es la humana y racional extracción minera y otra cosa es la expoliación, la explotación minera degenerada, ecológicamente genocida. La Ley de Glaciares defiende presente y futuro de nuestras fuentes de agua. Pero, ojo con la confusión que atizan los confundidores de siempre: la Ley de Glaciares no es una ley contra la minería, ni contra los trabajadores mineros, ni contra las provincias que tienen esos bienes en sus entrañas. Es una ley que, protegiendo nuestras reservas de aguas, impide que los capitales mineros hagan su alevoso, irreparable, negocio a costa de nuestras aguas. La explotación minera a cielo abierto es pan para hoy y hambre para mañana. Es pan para hoy y sed para mañana. En otras palabras: es un crimen a corto, mediano y largo plazo. Retomo párrafos de mi columna tan equívocamente usada por el señor Lavandaio: “Costó un huevo y el otro también. Que no se nos traspapele esa Ley de Glaciares que impone límites a la irreparable explotación minera. Ha sido muy larga la pulseada, y continúa.
“Como con la ley de Medios Audiovisuales, pronto aparecen los palos en la rueda. Hay que dormir con un ojo abierto. El federalismo es usado como forro por los feroces intereses de las compañías mineras y dirigentes asociados. El argumento de que a cada provincia le corresponde qué hacer o no con sus recursos naturales es, a primera vista, irrebatible. Pero está dictado por la mirada mezquina del interés inmediato. Aquí el federalismo y la apelación a la Constitución son coartadas. Ni la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni ninguna provincia puede consumar acciones que atenten contra la salud del organismo total de la nación. Que me perdone el señor José Luis Gioia (y el señor Lavandaio): una cosa es el sagrado federalismo y otra, muuuy diferente, es el sagrado bolsillo de las impiadosas compañías mineras que dan trabajo. Por ahora.
“La pulseada viene larga. La donación de nuestra patria idolatrada, sin ir más lejos se desencadenó con la dictadura de 1976 y siguió, galopante y obscena, en la década del Señor de los Anillacos: país rifatizado, ferrocarril e industria aniquilados, YPF rematado, pedazos cruciales de mapa loteados por chirolas a grupos extranjeros que se adueñan de tierras, agua y futuro. Y quieren seguir. No es despojo, es entrega equivalente a decenas de Malvinas. Hace años el escándalo conmovió al bondadoso grupo Benetton que quiso compensar a los Curiñanco-Nahuelquir con un regalo de 11 mil hectáreas. Los mapuches dijeron: “Nos quieren regalar un pedacito de lo que nos pertenece desde siempre”. Ese descaro de la Argentina loteada fue autorizado por nuestra indiferencia sembrada por medios de des-comunicación distraídos.
Posdata: La Ley de Glaciares es una conquista para celebrar. No es contra la minería, ni contra los trabajadores mineros, es contra el genocidio de nuestras fuentes acuíferas. Pero ojo al piojo: los obscenos pulpos de la minería a cielo abierto y asociados, no se resignarán. Tenemos que dormir con ojo un abierto. Y el otro también”.
Mi columna planteaba mi posición desde el título: “Minería: ojo (abierto) al piojo”. Rápido lo digo: yo estoy a favor de la Ley de Glaciares y en contra de la explotación minera a cielo abierto. Pero de pronto, avisado por numerosos lectores, me encuentro con el artículo titulado “Minería y protección de glaciares” publicado en Los Andes.
Lo que afirma su autor, el señor Eddy Lavandaio, vicepresidente de la Asociación Geológica de Mendoza, corre por su cuenta. No vengo a discutir su posición, vengo a dejar bien en claro que su posición, en lo esencial, no tiene nada que ver con la mía. El señor Lavandaio, entre otras cosas dice que: “En general, ninguno de los senadores que votaron el texto (de la Ley de Glaciares) sancionado tuvo la sinceridad de reconocer que estaban votando una ley antiminera”.
Si yo hubiera sido senador, señor Lavandaio, hubiese votado esa ley. Y no pertenezco a lo que usted llama “internacional ecologista”. Lo que me extraña es que, después de elogiarme como “intelectual” y “hombre de letras”, haya usado esas líneas de mi artículo como coincidentes con su posición.
El señor Lavandaio escribió: “Afortunadamente, en nuestro país hay intelectuales dispuestos a decir la verdad. Un famoso periodista y hombre de letras, Rodolfo Bracelli, se encargó de decir realmente cómo son las cosas. Con esa claridad que caracteriza a los hombres de letras, Bracelli dijo: “Costó un h... y el otro también. Que no se nos traspapele esa Ley de Glaciares que impone límites a la irreparable explotación minera. Ha sido muy larga la pulseada y continúa”.
Al señor Lavandaio le digo: ni en el contexto de mi nota ni en el fuera de contexto que usa, yo he escrito directa o indirectamente lo que propone. Cuando yo digo “la irreparable explotación minera”, me refiero exactamente a la “irreparable explotación minera”, a la que se venía perpetrando con alevosa impunidad. Ya sé que, por otro lado, somos mal entretenidos para que no veamos –Dios de la Soja mediante– los desaforados “negocios de la llanura” que consuman las empresas extranjeras que envenenan nuestros suelos. Pero eso que se hace en nuestra llanura no justifica, para nada, la explotación minera a cielo abierto.
El señor Lavandaio leyó muy ligerito mi artículo. Tan ligerito que insiste en escribir mi apellido con dos eles. Braceli es con una sola. Con una ele está bien, gracias. Para desmontar tan inaudita facilidad para la confusión, agrego reflexiones que debieran ser obvias, pero que, por lo visto, no lo son: una cosa es la extracción minera y otra cosa es la violación minera. Una cosa es la humana y racional extracción minera y otra cosa es la expoliación, la explotación minera degenerada, ecológicamente genocida. La Ley de Glaciares defiende presente y futuro de nuestras fuentes de agua. Pero, ojo con la confusión que atizan los confundidores de siempre: la Ley de Glaciares no es una ley contra la minería, ni contra los trabajadores mineros, ni contra las provincias que tienen esos bienes en sus entrañas. Es una ley que, protegiendo nuestras reservas de aguas, impide que los capitales mineros hagan su alevoso, irreparable, negocio a costa de nuestras aguas. La explotación minera a cielo abierto es pan para hoy y hambre para mañana. Es pan para hoy y sed para mañana. En otras palabras: es un crimen a corto, mediano y largo plazo. Retomo párrafos de mi columna tan equívocamente usada por el señor Lavandaio: “Costó un huevo y el otro también. Que no se nos traspapele esa Ley de Glaciares que impone límites a la irreparable explotación minera. Ha sido muy larga la pulseada, y continúa.
“Como con la ley de Medios Audiovisuales, pronto aparecen los palos en la rueda. Hay que dormir con un ojo abierto. El federalismo es usado como forro por los feroces intereses de las compañías mineras y dirigentes asociados. El argumento de que a cada provincia le corresponde qué hacer o no con sus recursos naturales es, a primera vista, irrebatible. Pero está dictado por la mirada mezquina del interés inmediato. Aquí el federalismo y la apelación a la Constitución son coartadas. Ni la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni ninguna provincia puede consumar acciones que atenten contra la salud del organismo total de la nación. Que me perdone el señor José Luis Gioia (y el señor Lavandaio): una cosa es el sagrado federalismo y otra, muuuy diferente, es el sagrado bolsillo de las impiadosas compañías mineras que dan trabajo. Por ahora.
“La pulseada viene larga. La donación de nuestra patria idolatrada, sin ir más lejos se desencadenó con la dictadura de 1976 y siguió, galopante y obscena, en la década del Señor de los Anillacos: país rifatizado, ferrocarril e industria aniquilados, YPF rematado, pedazos cruciales de mapa loteados por chirolas a grupos extranjeros que se adueñan de tierras, agua y futuro. Y quieren seguir. No es despojo, es entrega equivalente a decenas de Malvinas. Hace años el escándalo conmovió al bondadoso grupo Benetton que quiso compensar a los Curiñanco-Nahuelquir con un regalo de 11 mil hectáreas. Los mapuches dijeron: “Nos quieren regalar un pedacito de lo que nos pertenece desde siempre”. Ese descaro de la Argentina loteada fue autorizado por nuestra indiferencia sembrada por medios de des-comunicación distraídos.
Posdata: La Ley de Glaciares es una conquista para celebrar. No es contra la minería, ni contra los trabajadores mineros, es contra el genocidio de nuestras fuentes acuíferas. Pero ojo al piojo: los obscenos pulpos de la minería a cielo abierto y asociados, no se resignarán. Tenemos que dormir con ojo un abierto. Y el otro también”.
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