Alexander Schejtman, investigador chileno del Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural, con sede en Santiago de Chile, explica que para el 2030 se prevé un aumento de la demanda alimentaria de 50% y que el número de personas subnutridas saltará de 40 a 170 millones en América Latina como consecuencia del cambio climático.
“La producción de alimentos para satisfacer a una población mundial en crecimiento llevó en las últimas décadas a una agricultura y ganadería a gran escala, sin control y sin visión de las consecuencias negativas sobre el ambiente”, agrega.
Schejtman recuerda que, de acuerdo con el informe “La sombra alargada de la ganadería-aspectos socioambientales y alternativas” de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el sector ganadero genera más gases de efecto invernadero que el del transporte —18% medidos en su equivalente de dióxido de carbono (CO2)— y es una de las principales causas de la degradación del suelo y de los recursos hídricos.
“Si bien el informe de FAO considera al mundo en su globalidad, para los países del MERCOSUR, productores natos de alimentos —carnes, lácteos, oleaginosas, cereales, frutas—, debe ser un punto de referencia insoslayable”, dice Queirós Armand Ugon.
Ganadería depredadora El estudio afirma que el hombre consume cada vez más carne y más leche como señal de prosperidad, lo que hace pensar que la producción mundial de carne, y en esto el MERCOSUR tiene mucho que ver, se duplicará de los 229 millones de toneladas en 1999-2001 a 465 millones en el 2050, al tiempo que la producción lechera pasará de 580 TM a 1,043 millones de toneladas en ese mismo periodo.
La ganadería, dice la FAO, utiliza actualmente el 30% de la superficie terrestre, mayormente pastizales, y ocupa un tercio de toda la superficie cultivable sólo para producir forraje. Gran parte de esas tierras han sido deforestadas de forma continua, particularmente en América del Sur, donde la Amazonia es un caso emblemático: el 70% de los bosques talados en ese gigantesco pulmón universal ha sido dedicado a pastizales.
La agricultura intensiva, por su lado, no se queda atrás en la incidencia negativa sobre el clima. Refiriéndose a América Latina, el español Ferrán García Moreno, de Veterinarios sin Fronteras, dice que “el transporte intercontinental de alimentos, el monocultivo intensivo, la destrucción de tierras y bosques y el uso de insumos químicos en la agricultura, están transformando a esta actividad en consumidora de energía y potente emisora de gases de efecto invernadero”. García Moreno recuerda que el 18% de las emisiones de esos gases se relaciona con el “cambio de uso de la tierra”, en tanto la actividad agrícola-ganadera a gran escala emite el 14%.
Un análisis de Proceedings of the National Academy of Sciences —un emprendimiento de la Universidad de Stanford, EEUU— afirma que sólo “en los nueve estados de la Amazonia brasileña, la agricultura industrial aumentó en 36,000 km² y la deforestación totalizó 93,700 km² en el periodo 2001-2004”. El informe señala que la intensificación de la agricultura industrial para la producción de cultivos de gran demanda –como la soja–, se hizo a expensas de la deforestación de la Amazonia.
En Argentina, una investigación del 2008 de la Agencia Periodística del MERCOSUR —organización independiente que no tiene relación con el bloque— apunta más allá, al advertir que “al ponerse en juego el equilibrio ecológico mundial, no es sólo el ambiente el que corre riesgos, sino que todo peligra, incluso las culturas. Hablar de tierra y de cultura remite inevitablemente a pensar en los pueblos originarios, en las culturas nativas que dependen de la Pachamama (la Madre Tierra). El cambio climático tiene a estos pueblos como una de sus principales víctimas, ya que al alterarse el ciclo de vida de las comunidades que dependen de la naturaleza, se pone en riesgo su supervivencia y se da paso a la destrucción de culturas ancestrales”.
Avance sojero En Uruguay, el ingeniero Queirós Armand Ugon alerta sobre el tema de los monocultivos de exportación, como la soja, que pasó de ocupar 8,000 Ha en 1998 a 700,000 Ha en la actualidad, “y a medida que el área cultivada aumenta se incrementan en igual proporción los impactos ambientales y sociales que el cultivo provoca”.
De acuerdo con un estudio de la Facultad de Agronomía de la estatal Universidad de la República de Uruguay, en los últimos 10 años el 47% de los productores lecheros son víctimas del avance sojero.
“Durante 2007 —dice— 150,000 Ha dejaron de producir para la lechería, cambiando el destino para la soja”, y advierte que el 92% del área utilizada para esta oleaginosa es bajo arriendo, con lo cual “los empresarios no tienen ningún compromiso de conservar nuestros recursos naturales. Este modelo de producción se desarrolla hasta agotar el suelo, para luego irse a otra tierra”.
Entre otras causales del cambio climático, Queirós Armand Ugon habla de los agrotóxicos: “En el 2000 entraron a Uruguay 6,778 TM de agrotóxicos y en el 2008 fueron 18,524 TM. Todas fueron aplicadas a varios cultivos, liderados por la soja transgénica. Aparte de combatir plagas, enfermedades y malezas, estas toneladas de veneno quedaron esparcidas en nuestro ecosistema (ríos, cañadas, suelos y humedales) y sobre los trabajadores rurales, las poblaciones aledañas a los cultivos y nuestros alimentos: arroz, trigo, maíz, leche, carne, frutas y verduras”.
El ambientalista argentino Jorge Rulli, del Grupo de Reflexión Rural, dedica toda su energía a denunciar los atentados ambientales, especialmente la sojización de los países del MERCOSUR. En una columna publicada en el diario argentino Tiempo, Rulli propone que el Estado priorice la producción de alimentos por sobre cualquier otra actividad, por más rentable que ésta sea, y que se tomen medidas “que limiten el modelo de la soja, evitando que la frontera agrícola siga extendiéndose hacia el norte del país, donde hay pequeños productores y donde sobreviven algunas poblaciones originarias”.
“Proponemos una política de precios sostén para los cultivos que integran el patrimonio alimentario básico de la población, recuperando las antiguas zonas de explotación familiar”, dice Rulli, confiado en que el rescate de “cinturones verdes” no sólo producirá alimentos frescos y sanos, sino que será fuente de recuperación de empleo. —Noticias Aliadas. |
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