Hace poco en esta sección se comenzó un interesante debate entre amigos míos sobre un tema de encendida polémica: la gran minería, ciertamente un gran negocio; pero ¿para quién? Lo empezó Carlos Solivérez con ese mismo título (15/12/09) y siguió, más filosófico, entre Vladimiro Cares (19/12/09) y Maristella Svampa (26/12/09), que sólo parcialmente tratan de la minería a cielo abierto.
Hay un libro, "Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales" (Ed. Biblos, 2009), una de cuyas coordinadoras es Maristella y que forma parte de esta polémica. También he leído los comentarios de los lectores en la versión on-line del diario y me he divertido mucho con la simplicidad del fértil "jackpatagonia", para el que toda crítica al modelo neoliberal existente es "fascismo", olvidando que la palabra "liberalismo" es polisémica: un significado es que la gente pueda hacer lo que la ley no prohíbe y otro es que las empresas prescindan de la ley para hacer lo que les convenga. Lo contrario de la primera admitamos que se llame fascismo; la segunda es una doctrina económica que ha ocasionado desastres para los pueblos dondequiera que se aplicó, en especial entre nosotros con el prefijo "neo". También he visto en la televisión cómo el diputado "Pino" Solanas y el senador César Gioja se gritaban mutuamente y a voz en cuello "mentiroso", porque el primero denunciaba el saqueo, sin tocar siquiera los temas ecológicos que preocupan a los pobladores, y el segundo defendía la minería como recurso económico de una provincia pobre.
Ninguno de los cuatro autores que participamos de este debate somos expertos en minería a cielo abierto, pero no creo que sea necesario serlo para formarse una idea instruida de aquello de que se trata. Muchos de los minerales que se encontraban en vetas continuas se han acabado (si bien algunos -los diamantes sobre todo- siguen motorizando y pagando por cruentas guerras en África) y, si bien la minería a cielo abierto no es una novedad histórica, las más diversas barbaridades tampoco lo son y se vuelan montañas enteras para extraer vestigios de metales que antes no eran rentables y ahora lo son. Solivérez es un estudioso muy prolijo y creo que su análisis de la legislación vigente es correcto: es decir que las ventajas para las empresas transnacionales son exorbitantes, a un largo e inmodificable plazo de 30 años, cuando los yacimientos ya estarán agotados y abandonados. He aquí la famosa seguridad jurídica, de la que carecen los ciudadanos de a pie aun en los países más desarrollados. Los datos económicos publicados por quien sea son pocos y poco confiables, pero un cálculo muy rápido sobre datos publicados por la mayor de las empresas que explotan el oro en la cordillera de los Andes, la canadiense Barrick Gold, sobre la mina Veladero en San Juan da que el valor comercial del oro extraído es 10 veces su costo de extracción. En los años en que se viene hablando del tema, el precio del oro casi se cuadruplicó como consecuencia de la crisis internacional. Ahora supera los 1.200 dólares la onza y sigue subiendo. Al leer los artículos de Cares y Svampa, recibo la impresión de que, primero uno y después la otra, mezclan dos temas totalmente diferentes: uno es el de la minería a cielo abierto, su impacto ecológico y social y su conveniencia o no para el país en general, la provincia respectiva, pero muy particularmente para los habitantes, cuyos hábitats se ven contaminados, totalmente modificados o destruidos. Hasta se habla de trasladar ciudades enteras. ¡Qué flor de negocio! Otro es el estatus epistemológico de la ciencia, en singular o en plural, con mayúscula o con minúscula. En el medio está la democracia: ¿en qué medida se puede hablar de democracia, si la población se ve afectada por un emprendimiento enorme, sobre cuyos verdaderos alcances no tiene información o sólo información interesada y mentirosa y la cual no está en condiciones de entender? El pueblo "no gobierna salvo a través de sus representantes", quienes muchas veces son más que levemente sospechosos de complicidad con los grandes intereses y miembros de gobiernos que fácilmente cierran ambos ojos cuando se trata del cumplimiento de las leyes que ellos hacen o sobre las que deberían velar. Las ideas posmodernas de que la ciencia es un "relato" como otros hacen equivalente la medicina moderna con el vudú y fueron sostenidas por algunos hace unos años. No tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo, y aun con la Ilustración, aunque la ciencia adquirió un valor económico cada vez mayor desde la Revolución Industrial y no creo que la coincidencia temporal entre el nacimiento del capitalismo, el de la ciencia en el sentido moderno, el del análisis de la estructura de la economía (Adam Smith), la expansión imperialista europea a todo el mundo y la Revolución Industrial misma sean hechos aislados entre sí. No es el momento de hacer aquí un resumen de la historia de la tecnología para comprender la vinculación entre todos esos acontecimientos ni para saber que los cianuros son tóxicos, pero también que su uso es muy común y que se puede eliminar -aunque yo no bebería agua que haya contenido alguna de esas sustancias ni comería vegetales regados con esa agua-. La naturaleza de la "verdad científica" es un segundo asunto, que no pienso abordar aquí porque nada tiene que ver con la minería; pero está claro que el de la ciencia es un discurso no sólo diferente de aquel del vudú sino de otra categoría epistemológica y, en lugar de Kuhn, yo citaría a Popper y el principio de falsación. Pero lo cortés no quita lo valiente: que la medicina moderna sea más eficaz que la magia simpática no deja fuera del debate la posibilidad de que los temas en los que se trabaja sigan "modas" que muchas veces están inspiradas por la situación socioeconómica, obedeciendo a intereses económicos, y que la "neutralidad ética" de la ciencia sea un mito acariciado por los científicos duros igual que los blandos. La física puede ser aplicada a la construcción de equipos de resonancia nuclear para el diagnóstico médico o para construir "mejores" bombas atómicas. Y la sociología puede ser aplicada a la crítica del insostenible modelo social existente pero también puede ser usada para manipular a los pueblos para que piensen que el del neoliberalismo es el mejor de todos los mundos posibles. Y ya hemos llegado al punto en que las investigaciones en las universidades más famosas del mundo son financiadas por los intereses privados y que las revistas más prestigiosas caen bajo la sospecha de trabajar para las empresas que se adueñan del mundo hasta destruirlo por completo. Si aceptamos esto -que se puede demostrar en muchos casos, y de eso trata la sociología de la ciencia- debemos reconocer que la minería a cielo abierto y aun el uso del cianuro no están en el centro del debate sino que los temas centrales son otros: se trata, ni más ni menos, de elegir entre ser un país neocolonizado proveedor de materias primas -puede ser oro, pero también soja- o tratar de ser otra cosa. Y ése no es un problema epistemológico, ni científico, ni tecnológico -tal vez ni siquiera sea ecológico aunque la ecología se ve gravemente afectada por ese modelo-. Es un problema político. Político en serio: no se trata de elegir a éste o a aquel candidato, que estará igualmente sometido a presiones y seducciones; se trata de entender los problemas y transformarse uno mismo en un actor. Por eso las asambleas populares que están apareciendo en todo el país son dignas de apoyo, aunque hay que evitar que caigan en las manos de los demagogos y de los ignorantes carismáticos. Tampoco se trata de aceptar limosnas de los poderosos, como lo están haciendo algunas universidades en relación, precisamente, con unas migajas de las ganancias mineras. Si las universidades públicas venden su alma por veinte dineros, ahí sí estamos perdidos, porque la condición de existencia de la universidad pública es su neutralidad ante los intereses creados. Y si acepta fondos de sectores interesados porque su presupuesto es demasiado mezquino, ya no habrá en quién confiar y la colonización será completa. ¿Democracia directa? ¿Por qué no? Internet la hace posible. Bajo una condición: que sepamos de qué estamos hablando, y eso implica educación de la mejor calidad posible. Otra trampa de la que debemos cuidarnos es la del inmovilismo conservador. El mundo ha cambiado y sigue cambiando a una velocidad cada vez mayor. Tal vez se acerque peligrosamente a un abismo inescrutable, pero aferrarse a las modalidades de hace cien años tampoco es una solución. Somos 10 veces más de los que éramos cuando los agroexportadores nos hacían pensar que éramos los mejores del mundo exportando vacas y trigo, y ni el modelo agro-minero-exportador, ni el país factoría, ni el destino turístico para ricos darán trabajo para todos, por más que las mineras generen unos pocos cientos de puestos nuevos a 5.000 metros de altura y los hoteles de lujo requieran mucamas. De modo que volvemos a lo que yo ya dije en estas páginas docenas de veces: seremos colonia exportadora de recursos naturales, renovables o no, o seremos un país moderno que, en vez de exportar viento, exporte generadores eólicos. Es un ejemplo, nada más. Hay quien sabe de qué somos capaces si nos dejan. También hay aquellos que no nos dejan y, entre ellos, algunos son compatriotas. http://www.rionegro.com.ar/diario/2010/01/21/126403561378.php
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