por Norma Giarraca
Las semanas posteriores a las rebeliones del 19 y 20 de diciembre de 2001, parte del país experimentó un excepcional y significativo fenómeno político: tiempos asamblearios, calles y plazas con personas de todas las condiciones sociales tratando de decidir la gestión de la vida social de sus territorios. Aquellas asambleas mostraron una vez más en la historia moderna de las sociedades humanas que no hacen falta los sistemas de representación para intentar la puesta en acto de nuevos pensamientos políticos emancipadores. Aquellas asambleas tenían un hilo conductor que las reenviaba a tiempos en que las comunidades campesinas como las de Ucrania de comienzos de siglo o las de Aragón en 1936 se autoorganizaron para luchar contra órdenes injustos y opresivos pero también para construir en un “aquí y ahora” mundos “otros”, y las proyectaba a ese Oaxaca de 2006.
En todos los casos que mencionamos, como en nuestros propios tiempos asamblearios, la situación genera una gran inquietud y la “vieja política” interviene velozmente para restaurar “un orden”, cualquiera éste sea y cualquiera sea su costo. La vieja política (de partidos, de cuadros, de comisiones y comités) no tolera a los sujetos libres en el espacio público sin dirección y conducción.
Aquellas asambleas argentinas de 2002 fueron disolviéndose cuando lentamente las convencieron y se autoconvencieron de que sin partidos políticos, sin gobiernos tradicionales, sin tutelas estatales, las situaciones se tornan sumamente peligrosas; se convencieron de que los hombres/mujeres se vuelven lobos unos de los otros y que “la razonable y única salida” consiste en depositar nuevamente el poder instituyente.
Pero aquellos espíritus asamblearios se fueron desplazando a los bordes, a las literales fronteras, a esos sitios donde mejor se vislumbra la gramática del poder y emprendieron una nueva etapa. Los escenarios son los pueblos patagónicos y cordilleranos, pequeñas ciudades que se organizan y que disputan por sus territorios, por el agua, por los cerros, ríos y el mantenimiento de bosques, yungas y biodiversidad desde muchos siglos atrás.
Pero como en el 2002, se vuelven a considerar estos espacios asamblearios como carentes de organización, direcciones y hasta representaciones políticas parlamentarias y esto constituye un problema a resolver. Muchos grupos están dispuestos a otorgarles “lo que les falta” (organización, dirección, articulación, representación). Hace ocho años esa disputa se inició en las asambleas mismas y terminó con el voto de 2003 y el “país normal”. Hoy, con geografías desgarradas por la destrucción de territorios, con la tierra fumigada, los cerros dinamitados, el agua contaminada, las “muertes difusas” desparramadas por doquier (Mirta Antonelli) y con universidades colonizadas es difícil una nueva promesa de “país normal”.
Interrogo qué hubiese pasado con el fenómeno 2002-2003 si hubiese continuado. Nadie lo sabe, pero sí conocemos lo que pasó en estos años con partidos y organizaciones luchadoras en los registros de la vieja política; la otra posibilidad quedó invisibilizada. Por eso vale la pena recordar y además no ocultar la discusión dentro de estas asambleas de 2009.
* Socióloga. Coautora de Tiempos de rebelión: que se vayan todos.
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