Entrañas revueltas
Por sergio elguezábal
El crecimiento desmedido de la “gran minería” genera dudas acerca de sus beneficios.
La cordillera de los Andes, en su parte más austral, hospeda lagos profundos, ríos cortos, glaciares que están en retirada y de-siertos que se agigantan; volcanes, llanuras, parques y reservas nacionales de biodiversidad. En Mendoza se levanta el Aconcagua que roza los 7 mil metros de altura y se convierte en el monte más elevado de todo el hemisferio occidental.
Subyacen restos arqueológicos y el espíritu de los incas cuyo imperio se extendió has-ta la región central de Chile y el noroeste de la Argentina. También desde sus entrañas florece la palabra que le da el nombre: Andes tiene su origen en el vocablo quechua “anta”, que significa “cobre”.
En la civilización moderna la cordillera es, además, una cantera mineral que nos aprovisiona de los meta- les que constituyen la base tecnológica actual: cobre, oro, plata y cien más. Si tomásemos el oro como símbolo de todos, las luchas desatadas en su nombre, la codicia que despierta y la nobleza del material, nos serviría para describir la importancia de los metales en la era actual.
En la mayoría de los dispositivos electrónicos se utiliza una pequeña proporción de oro. Los teléfonos celulares, las computadoras y el televisor lo incluyen porque es un conductor muy eficiente que puede trasladar corrientes minúsculas y mantenerse libre de corrosión. Se utiliza para la fabricación de implantes dentales y el tratamiento de la artritis reumatoidea. Se introducen pequeñas partículas de oro para ayudar a obstruir la propagación del cáncer de próstata y una onza estirada produce delgados hilos que constituyen los contactos eléctricos de las bolsas de aire (airbags) instaladas en los automóviles como elementos de seguridad.
El oro efectivamente está entre nosotros y su utilización en estos rubros resulta imprescindible. Sin embargo, la industria consume solo el 11 por ciento de lo que se extrae. El 89 por ciento restante se utiliza en joyería y adornos suntuarios o yace en forma de lingotes formando parte de la reserva que tienen algunos países. Los principales consumidores están en India, Estados Unidos y Europa.
El proceso para quitar los minerales de sus yacimientos ha variado en las últimas décadas como consecuencia de los adelantos técnicos y el creciente afán de los concesionarios por obtener mayores ganancias. El socavón y las galerías subterráneas de la minería tradicional han dado paso a lo que se conoce como “la gran minería”. Aunque con menos aceptación social, las modernas explotaciones a cielo abierto garantizan la extracción de la mayor cantidad de materiales en el menor tiempo posible.
La vida útil de los emprendimientos mineros actuales promedia los 15 años. La técnica consiste en volar literalmente parte de la montaña con la instalación de toneladas de explosivos, removerla con gigantescas palas y topadoras, triturar los fragmentos y efectuar la molienda y clasificación de los materiales. En el caso del oro se utiliza cianuro para obtener las partículas microscópicas del mineral. La solución de cianuro y agua sirve para lavar y amalgamar el oro separándolo del resto del material. En este proceso se utilizan millones de litros de agua y tanta energía como la que podría consumir toda una ciudad.
Bajo La Alumbrera es una mina explotada por capitales suizos y canadienses en la provincia de Catamarca. Tritura unas 300 toneladas de roca por día. Para su molienda consume tanta energía como la ciudad capital de la provincia. Utiliza 4 millones de litros de agua por hora. Para tener una idea de la envergadura del emprendimien-to, produce unos 1.600 millones de dólares por año; unas tres veces el presu- puesto de Catamarca.
La Argentina cuenta con el sexto potencial minero del planeta. Según la Secretaría de Minería, hoy se desa-rrollan unos 400 emprendimientos; había 40 en 2003. El principal objetivo es el oro, junto con el cobre. La demanda ha resultado explosiva; en 10 años se duplicó la producción de plata en todo el mundo. El principal productor es Perú y Chile está entre los cinco países que más producen.
La minería metalífera causa variados impactos sobre el suelo, el agua, el aire, los seres y el paisaje. Las afectaciones ocurren tanto en países pobres como ricos. Según el licenciado Marcelo Giraud, de la Universidad Nacional de Cuyo, “los riesgos son altos”. En una muestra de las 183 minas que operaron en los Estados Unidos desde hace 30 años, “el 76% de ellas provocó en las aguas superficiales o subterráneas exceso de cobre, cadmio, plomo, mercurio, níquel, zinc, arsénico y cianuro”. En ese país unos 17.000 kilómetros de cursos fluviales están contaminados por el drenaje ácido que provocan las minas.
La región está convulsionada por estas prácticas. La minería a cielo abierto está prohibida en siete provincias: Chubut, Río Negro, Neuquén, Mendoza, Tucumán, San Luís y Córdoba. Tanto en la Argentina como en Chile crece la preocupación frente al posible agotamiento temprano del recurso y la imposibilidad de garantizar posibles beneficios a las generaciones futuras. A pesar de todo, desde la década del ‘90, los gobiernos de am-bos países propician la extracción con grandes incentivos para atraer inversiones. La prueba más fehaciente es el “Tratado de Integración y Complementación Minera Argentino-Chileno” firmado por los ex presidentes Carlos Menem y Eduardo Frei en diciembre de 1997. El acuerdo cede a la explotación minera una franja fronteriza que comprende las altas cumbres de los Andes de norte a sur por el lapso de 40 años. “El convenio cede la soberanía de los dos países a las empresas transnacionales que operarán en la región conformando un tercer territorio independiente”, expresa el cineasta y diputado electo Pino Solanas.
El tratado permite a los inversionistas la exploración y explotación de los recursos mineros aplicando el principio de trato nacional y otorgando facilidades fronterizas sin restricciones para el tránsito entre Argentina y Chile. Además, no contiene cláusulas que protejan la integridad y la ecología de los parques y reservas naturales que ya alberga la región. En el territorio mencionado se encuentran el Parque Nacional Nahuel Huapi, en Río Negro, y el Perito Moreno en Santa Cruz, la Reserva Biosfera San Guillermo e Ischigualasto en San Juan o los embalses de Nihuiles y Valle Grande sobre el río Atuel en Mendoza.
En el marco de ese convenio se anunció este año la puesta en marcha del principal proyecto minero del mundo: Pascua Lama (San Juan). La inversión será de 3 mil millones de dólares a cargo de Barrick Gold. Se espera una producción anual de unas 800.000 onzas de oro. El costo de producción se ha estimado en 100 dólares por onza. Una onza de oro equivale a 28 gramos del metal. En el mercado internacional cotiza a 1.000 dólares la unidad. Según la Secretaría de Minería, la actividad genera unos 40.000 empleos directos y 200 mil indirectos, y los sueldos figuran entre los 3 más rentables del país. En promedio ganan unos 1.500 dólares por mes debido a la alta calificación de la mano de obra, las duras condiciones de trabajo y el mayor costo de vida en muchas zonas mineras. Así y todo, la masa salarial es ínfima comparada con las ganancias.
La legislación minera en la Argentina tiene sus bases en el Código de Minería del año 1887 que prohíbe al Estado la explotación de sus propios minerales. El artículo 8 dice que se concede a los particulares “la facultad de buscar minas, aprovecharlas, y disponer de ellas como dueños…”
La reforma constitucional de 1994 otorgó a las provincias la propiedad de todos los recursos del subsuelo. Básicamente el dueño es el Estado, pero no los puede explotar. La ley de inversiones mineras propiciada en 1993 por el entonces presidente Menem estableció que las regalías para las provincias serían del 3 por ciento del mineral extraído sobre el valor “boca de mina”.
Se considera “mineral boca de mina” a la roca sacada en bruto antes de su molienda. Representa el valor del material obtenido en la primera etapa de su comercialización, menos los costos operativos que incluyen transporte, flete y seguros. Pero, ¿quién determina el volumen extraído para calcular las regalías? El sistema funciona a simple declaración jurada de las empresas sobre los principales minerales que explotan (oro, plata, cobre). Recién 180 días después de que la carga llegue al puerto, se declara lo que llevó y paga el porcentaje deduciendo gastos de administración y comercialización. En promedio, las provincias terminan recibiendo la mitad de lo establecido: alrededor del 1,5 por ciento. Si la producción sale de puertos ubicados en el Sur patagónico, las empresas obtienen reembolsos cercanos al 5 por ciento.
A pesar de las ganancias millonarias, “la gran minería” no ha influido en mejoras a las condiciones sociales y económicas de los que viven en torno a los yacimientos. Las provincias de San Juan y Catamarca, donde están los proyectos de mayor porte, no tienen mejores niveles de vida con la llegada de los nuevos emprendimientos. El derrame proclamado no está a la vista y la actividad no resulta sustentable ya que la explotación del recurso supone su agotamiento. Diversas organizaciones de la sociedad civil proponen en estos días un mayor equilibrio: compensar adecuadamente a los inversionistas pero también diseñar reglas claras que protejan las riquezas frente a la explotación irracional. Explotaciones a escala para cuidar el ambiente y una mejor distribución que retribuya a los legítimos propietarios del recurso natural.
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